Nuesta experiencia en la dualidad
NUESTRA EXPERIENCIA EN LA DUALIDAD
La dualidad y la polaridad son parte de nuestra experiencia humana básica. Basta mirar nuestros cuerpos para reconocer que formamos parte de un universo, que al menos en el nivel de consciencia habitual funciona de manera dual. Este universo tiende a diferenciarse en distintos aspectos que al mismo tiempo forman parte de lo mismo. Todo lo que tiende a separarse tiende a unirse. El universo contiene los principios de expansión y contracción.
Una forma en que la dualidad se manifiesta en nosotros es que aquello a lo que nos apegamos, por afinidad o rechazo, es a lo que nos mantenemos aferrados. Esto es particularmente molesto cuando rechazamos algo de nuestra vida o mundo interior, tendiendo a que se perpetúe, a atraerlo una y otra vez, hasta que lo rechazado se integra a nosotros a través de la aceptación. Así, nuestro funcionamiento se complejiza (al tener un abanico más amplio, abarcativo y abrirnos a posibilidades no vistas ni reconocidas anteriormente) y se simplifica (ya que no necesitamos invertir energía en la evitación, rechazo y bypass de dicho aspecto).
La dualidad es parte integral del apego hacia algo en el mundo o un aspecto interior nuestro. Sea por atracción y placer o por aversión y rechazo, estamos actuando “en función de algo” con lo que nos relacionamos, de lo cual queremos más o deseamos huir o no queremos ver en nuestras vidas o experiencia consciente.
Y en lo dual siempre hay una “relación con”, un “yo” y un “tú”, una identificación versus un aspecto negado, un aspecto que me gusta de mí compitiendo con otro que no me gusta, una parte de la cual estoy orgulloso y otra que intento ocultar, tapar o asesinar ya que me avergüenzo, siento culpa o alguna contracción interior por su presencia.
Podemos reconocer esos aspectos que nos gusta mostrar, aquellas cosas por las cuales nos sentimos bien, nuestras medallas o trofeos personales, lo que nos orgullece, y podemos reconocer (al menos en parte) qué cosas no queremos que los demás vean, pues si supieran tal vez no tendrían la opinión que tienen de nosotros, no seríamos tan buenos, lindos, competentes, inteligentes, maduros, etc.
Jack Kornfield, psicólogo y maestro de meditación, nos invita a detener la guerra interior. Él propone como camino de transformación la meditación Vipassana, la que, como todo camino de meditación, comienza con el entrenamiento de la atención, “anapana” o “shamata”. Este primer paso representa el aspecto esencial de la práctica del Mindfulness o “Atención Plena”. El siguiente nivel es Vipassana o “ver las cosas como realmente son”. Este nivel permite el desarrollo de una percepción directa de las cosas y asuntos interiores. Uno de los fenómenos que ocurren en este nivel de meditación es la emergencia de los “sankara”, dolores, molestias o bloqueos energéticos en el cuerpo. En el contexto del Vipassana los “sankara” son representaciones físicas del karma, y a través de la meditación se pueden reconocer y liberar.
Lo maravilloso de Vipassana es que al sostenerse en contacto con estos dolores, desde un espacio de ecuanimidad (sin reaccionar con atracción ni rechazo), éstos tienden a desaparecer y transformarse. Algunas veces esta liberación incluye imágenes o símbolos, recuerdos, emociones, sensaciones corporales y también simplemente un relajo de “eso” que dolía o molestaba. Una forma de comprender estas vivencias transformadoras es lo que Jung denominaba la función trascendente: la capacidad de la psiquis para transformar un conflicto o tensión interior en algo diferente de los elementos que provocan dicha tensión. El resultado es más que la suma de las partes involucradas.
En el contexto terapéutico, los enfoques y escuelas experienciales han desarrollado un amplio abanico de herramientas para facilitar el trabajo de aspectos de naturaleza dual. Experimentar con las polaridades, expresar los diferentes personajes del ego y facilitar el diálogo entre aspectos internos son sólo algunos ejemplos que permiten interiorizar y hacer consciencia de cómo se está vivenciando ese aspecto o imagen interior. La lógica de adentro-afuera es una lógica dual. El ego actúa así: “Soy esto” o “No soy esto”. A través del ego “me identifico con” o “eso no tiene que ver conmigo”. Este tipo de enfoques permite ampliar la imagen de mí mismo: experimentar con esos aspectos no aceptados, reducir la tensión interna e ir flexibilizando el ego.
Mientras estos asuntos del ego tienen una lógica dual, los asuntos más allá del ego tienen una lógica diferente: son una experiencia en sí misma y carecen de dualidad. Acceder a las realidades no duales permite experimentar una energía de una cualidad y un potencial curativo superior. Por ejemplo: experimentar la energía e influencia de un arquetipo en la propia vida, tener una experiencia cumbre o vivenciar un proceso de revelación creativa puede tener una intensidad y producir un impacto que puede durar días, meses, años e incluso modificar la estructura de mi observador.
En efecto, algunos asuntos no pueden ser resueltos a través de los juegos del ego, la mente y la dualidad, pues allí fueron creados y sólo la trascendencia a planos superiores de consciencia permite una curación verdadera. Conectemos con esos procesos de vida en que por más trabajo interno que hagamos el cambio no ocurre. En este sentido, hay transformaciones que ocurren sólo por la gracia, por sueños reveladores, experiencia mística o de realidades superiores de consciencia, esas que permiten dar saltos de consciencia, trascender o desidentificarse de los asuntos que nos aquejan en el nivel dual del ego.
La pregunta es si estamos disponibles para que la gracia ocurra y descienda o estamos cerrados a ella. Es mejor estar listo, abierto y disponible para la gracia y la transformación interior a que éstas estén esperando por nosotros o nos fuercen a realizarlas. Personalmente, prefiero la primera opción, ya que la segunda suele involucrar accidentes graves o situaciones en que la vida está en juego, además de ser más radicales y forzados por eventos externos. En la primera estamos en acción participante, no exenta del dolor de una crisis, pero vamos a galope entre el mundo que es y el mundo que vendrá para nosotros.